Liliana Heer

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©2003
Liliana Heer

Hamlet & Hamlet
Paradiso Ediciones, 2011

 

a Ulises y Guido

 

“Hamlet no sabe bien qué hacer con todos esos cráneos. Si los abandona ¿dejará de ser él mismo?
Su espíritu atrozmente lúcido contempla el tránsito
de la guerra a la paz: ese tránsito es más oscuro,
más peligroso que el tránsito de la paz a la guerra:
todos los pueblos se sienten turbados…”

                                                                        Paul Valéry

 

EL CIRCUITO

        Sombra de mi sombra, padre amado, han corrido varios siglos desde tu última aparición y recién hoy me atrevo a convocarte. Lo hago sin excusas ni prejuicios, de la manera más franca, sabiendo que el juego con la hora del encuentro domina mis pasos, los posterga.
        Mucho se ha escrito sobre mí, he dado lugar a posturas tan variadas como variados fueron mis desvelos por satisfacer un imperativo.
        Alguien esbozó esta semblanza: Hamlet, el dandy epigramático y enlutado de la corte de Dinamarca, que lento en las antesalas de su venganza prodiga concurridos monólogos o juega tristemente con una calavera. Así es, de luto vivía, era el príncipe vagabundo que hablaba solo, convertía las palabras en palabras, el hijo sombrío y no siempre mesurado con la dignidad de dandy estremecida.
        Se ha dicho que era necio, negado a admitir la turbulencia del imperio, que vivía de espaldas al malestar sin escuchar a nadie por una mala costumbre: dejarme caer en falsas elucubraciones buscando la razón y sinrazón de algunos hechos que sobrepasaban mi incumbencia
        Podrían encerrarme en una cáscara de nuez y me creería rey del universo, llegué a decir mientras el joven Fortimbrás huroneaba reuniendo a miserables para redimir las tierras que su padre había perdido. Cuán justa responsabilidad la de ese príncipe: haber recibido un legado a la altura de la hazaña que lograría. Una maniobra plena de futuro, exenta de intrigas familiares.
        Bueno sería aceptar que sólo la política permite la coordinación de los acordes, ¿cómo pude ignorarlo?
        Pobre cetro.
        Las acusaciones me llegaron, regalar nuestros dominios a los noruegos no merece adulación, eso es muy cierto.
        Hubo también elogios, me oían meditar sobre el desorden, padecer el combate entre la víspera y el mañana, contemplar el oscuro tránsito de la guerra a la calma. Alguien afirmó que podía convertirme en otro cuando hablaba a solas, tuvo el cuidado de observar las transformaciones aparecidas en mi discurrir. Fuego roto, relámpagos locuaces escindiendo el aire.
        Lo sé, sé todos los nombres y las acciones de quienes nos sucedieron, pero entonces nadie sabía, la función era otra, el escándalo aún tenía riendas.
        Hablaba a solas padre, para afuera y para adentro. Envuelto en las redes del infortunio todo se despojó de su natural entereza, los signos dejaron de tener el valor que tenían. Signos dispersos de cariz engañoso, maleficios a diestra y siniestra anunciando mentira, falacia,  derrota.
        Estuve aislado de tal suerte que en la deriva arribé a una conclusión: no existe soledad en quien se escucha.
        Aunque hoy consideren a esa facultad de la mente, denominada introspección, un mecanismo elemental de la pregnancia del pan en leche tibia, en aquel tiempo era un resorte desconocido. Yo cambiaba de sentir a consecuencia del lenguaje, sin necesidad de apelar a terceros o ser permeable a bastardas influencias.
        Varias veces hablé largamente conmigo, tengo el inventario de los temas o, para ser más preciso, de las variantes que debatí en cada soliloquio; el núcleo era de una fijeza impenetrable. Un bacilo, vengar.
        En algún momento, volveré sobre la furia de pertenecer a una generación tardía, destinada a heredar crímenes y entuertos ajenos a su fuente. El estado de deuda, la confusión del total indivisible, el ser y el reino.

 

        Si Hamlet hubiera podido abstenerse de las ánimas, escribió un teórico insinuando mi tendencia a alucinar, como si lo propio de un nombre no fuera suspenso, intriga, instancia siempre por venir.
        Bailabas en mis ojos, Rey.
        Desde ya te digo por si no lo supieras: Jamás desoí tus intervenciones. Después del llamado debí aprender, y a vivir no se aprende, padre.

 

        Empezar trae aparejado el riesgo de suponer un comienzo mejor, desprovisto de estacas, tan fácil como pescar anguilas. Oscuridad nunca bastante oscura, relieves de fervor, incertidumbre.
        Podría preguntar: Por qué fue a mí a quien llamaste si yo no te había dado muerte. Arriba, abajo ¿qué importa? Cuestionar lo inexplicable de antemano se parece a negar lo sucedido. Quizá tu voz sea el punto de llegada y la condición de hijo solamente violencia. 
        Sin ánimo de medir los pliegues del padecimiento, puedo imaginar la frondosa inquietud. No ver el vuelo del alma ante el último suspiro cubre las esperanzas de ortigas.
        La vieja muerte, escribió un alemán sabio en pactos eternos, la vieja muerte ha olvidado su rápido poder, es difícil discernir si se está vivo o en algún círculo del infierno. Antes volaba el alma, ahora se resiste.

 

        El lenguaje reserva tempestades, aloja dolores, amenazas, desprecios. Es una ciénaga. Nunca somos suficientemente sagaces, tarde o temprano el rumor de las palabras despide su veneno invisible y a la vez inmuniza como el mejor de los antídotos.
        Oh conciencia débil, brújula saciada de embriaguez e ingenuidad, déjate horadar por el sonido, hazme incrédulo, permíteme apreciar el error, la confusión, el sin sentido, ayúdame a combatir al héroe trágico que hay en mí.

 

        Hamlet, Ham, debes ceder, dar la bienvenida a los conflictos.
        Así llamaba mi atención, con el diminutivo de la infancia más temprana; extraño período en el que la nitidez de tu rostro se desvanece y en su lugar está el cuerpo alegre del único hombre que me dio ternura.
        Debe haber sido él, mil veces besado llevándome a cuestas, haciendo cabriolas como caballo de circo para entretenerme.
        Fue Yorick ¿quién si no?
        Él, con su imaginación graciosa y fecunda susurraba: Ham, Ham, ¿dónde se esconde el príncipe Ham?

 

        Cuando el tiempo pasa y vuelve a pasar sin testigos ni presiones la memoria improvisa, se vuelve pródiga, regala detalles ajenos, exhuma minúsculas secuencias roídas por la tentación del vacío. Brotan recuerdos de viveza anormal: hechizantes, voluptuosos, paralelos. Ciclos y ciclos de generaciones dejan bullir pruritos familiares que convergen en un griterío de rameras sonámbulas.

 

        La nobleza, el nombre, su inscripción -piedra, metal o aliento- tiene las consonantes alteradas; ni siquiera fui único, además de tu réplica, divino Rey Hamlet, existió otro y otro más. Sueños heroicos, injertos, repeticiones; ya no se distingue la leyenda de la biografía.
        Dicen que Amleth vengó al Rey sin vacilar y no es tan cierto. El enérgico príncipe no se privó de dar muerte al consejero tirándolo a los cerdos; cambió el destino de la carta que cifraba su sentencia, pidió al rey de Inglaterra la mano de su hija, contrajo matrimonio. ¿No te parecen demasiados desvíos para la inmediatez de un vengador? Por supuesto, el asesinato fue público, con testigos que seguramente forzaron al hijo a lavar la afrenta.
        Acción, reacción, desenlace. Alba crepuscular. Un efecto lógico, mecánico, sucesivo favoreció el descanso de la víctima o bien el descanso de esa víctima no irrumpía en la magnitud del juego. Sobre la resignación y el reposo de las almas en fuga se ha meditado con creces; sufrir un accidente mortal, ser eliminado por alguien no es sinónimo de haber tenido un mal fin, el malestar depende del estado en que nos encuentra el victimario.
        Debo reconocer tu sinceridad, vivir en la ignorancia suele ser imperdonable. La gracia no estaba de tu lado en el apagón del jardín, habrías requerido largas purgaciones. Los horrendos delitos consumados te condenaron al nocturno vagar, un arder que poca relación tenía con la venganza.
        En varios sentidos, más allá del viraje patronímico, tu caso era distinto al de Horwendil. Una cadena sin ciertos eslabones: no había esposa firme ayudando a empuñar el castigo, estaba a la vista el desamor, oculto el crimen.
        Mi actitud también fue otra, demasiado orgullo, demasiada soberbia, a medio camino del Príncipe de la Leyenda. Él simulaba mejor, vio ejecutar al padre y plasmó trastorno. Un mismo acto, catástrofe. Agudizado el umbral que distancia la cordura del coma alerta. Un loco aullando como aúllan los perros cuando velan. El instinto sin amo.
        Yo debí esperar hasta que retornaras y el tiempo es implacable, no cura, revulsiona.

 

        Los procesos fermentan, desatan humores raros, el duelo segrega letargo, exalta, oprime, confunde, magnifica.
        Todo habría sido diferente si hubieses venido de inmediato, la misma siesta, en las mismas ropas, mareado, tembloroso, cubierto de costras. Antes del desencanto adulterino, antes de la coronación del usurpador, imponiendo vengar lo vengable, de cara al futuro, atento a la sucesión, con el derecho de la sangre, haciendo valer tu post dying voice para echar tierra sobre el boquete de la duda.

 

        También existió Hamnet. ¿Cómo olvidar a mi supuesto hermano gemelo si hube de sustituirlo en la pubertad? Muerte, tristeza, afección desdichada y tentadora que probé viajando por las venas del creador hasta obtener perfil de personaje. Shakespeare, su doctrina prodigiosa de tiburón rompiendo redes, evaporando ensueños. Imágenes oblicuas de violencia enajenada.
        No quisiera extenderme en esta vía, sólo reírme de lo subyugante que es para los críticos explicar al artista utilizando datos personales.
        De un Globe a otro, Hércules es sostén de inmortales. Convicción general. El padre inspirado, la plaga de las tinieblas, los arneses del carácter, el laberinto agonizante, las pasiones opacas, el sigilo.
        Como si la primera mentira tuviese alas.

 

        Aquí estoy padre, sin barba y con la cabeza descubierta, intimidado por no llevar sombrero.
La moda y la moral esparcen huellas, expresan el intento de confinar antagonismos. Más aún, el juego de las estaciones prolonga sus contornos fundiendo pompas con ruinas.
        Make me a mask.
        Acabo de llegar y no por barco, lo digo solamente para verter algún contraste. Nunca se te hubiera ocurrido abandonar Elsinor, lo que equivale a oír: Nunca habría dejado estas tierras para buscar a nadie.

 

        Los aparecidos no son grandes viajeros, permanecen unidos al dominio, merodean, se esconden, vigilan. La corporeidad de los objetos penetra en ellos poco a poco, convierte el paisaje en origen, prolegómeno de un destino manso, inexorable. Como si la esencia de lo propio fuese un gigantesco ombligo que hace girar la escena del mundo en las manos, y el ímpetu de posesión permitiera recortar inquietudes, expandir las ansias mutilando cualquier vestigio extranjero.
        Sabrás muy bien lo que es estar alerta al movimiento, a lo que podría contaminar, sacar de quicio, promover deterioro o redención. No deja de ser un hábil recurso para eludir la embriaguez del engaño.
        Distintas adherencias, padre, lo sé. No pienses que en algunos momentos no extraño la quietud, lo repetido, el ritmo del pulso, la tracción a sangre. Una silueta en la mañana cabalgando el poder soberano alienta raíces futuras. 

 

        ¿Recuerdas las inscripciones rúnicas? Sentías un especial gusto en leer la piedra cincelada: Goza de la tumba, este es el espacio físico en el que reposas y además es la tumba que hicieron los supervivientes vivos como tú.
        Era una costumbre que te complacía hacer referencias al después, quizá por premonición. El espíritu de la visita está íntimamente entrelazado con la ausencia, decías, mas no siempre quien llega es el esperado, a veces brota un caballo golpeando con sus cascos los portales.
        Alzabas la voz, te regodeabas en relatar hazañas, detalles gloriosos oídos durante una batalla: Dicen que la cuadriga de las furias lucha despiadadamente con los guerreros para incorporar a los idos; el animal del héroe es una esfinge emplazada en el centro de las fuentes, su cuerpo con todos los atributos deja ver una cabeza ornada de laureles.
        Mezclabas secuencias de realidad con diversas gravitaciones, itinerarios sagrados, sutiles, sobreabundancia de coraje y sacrificio.

 

        Extraños visitantes nos rodeaban, padre. Una letal excursión plena de mandatos legendarios: A cualquiera que tuviese le será dado y tendrá más; al que no tuviese aún lo que tiene le será quitado.