Liliana Heer

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©2003
Liliana Heer

 

 


Bunraku  文楽
Por Liliana Heer

Texto publicado en la revista TOKONOMA 15

      Detrás de pequeños atriles, una multitud de caracteres verticales sueltan la telaraña del reloj. Marcan todas las horas de todos los mundos haciendo sentir el humor congelado de la emoción puesta al día.
      Exprimir el texto como se exprime una fruta, ver el jugo desvaneciéndose por el aire, oír las voces estallar en tonos quebrados, irreverentes, travestidos. Cantar letras seguidas
por sones de shamisen, repetir los mismos versos acentuando el comienzo, el final, la tercera mitad; hasta que vibren, hasta darles la fuerza de ser adivinados. Y fracasar.
Pertenecen para aprisionarnos, y el bunraku es justamente su anverso, la variedad de tonos poco a poco desbarranca, ultraja el sentido. Palpitan hilos de trivialidad.

      Hamlet ha terminado de hablar con su padre, se esmeró
en contar no solamente sus reflexiones a lo largo de los últimos siglos, transmitió los efectos que la relación entre ellos produjo a nivel político, filosófico, cinematográfico, teatral, literario.
Con ánimo de dosificar para impedir cualquier tipo de saturación, dividió esa historia en nueve capítulos e incluyó una nueva Ratonera.
En ningún momento tuvo ilusión de ser respondido, recordaba muy bien la actitud díscola del Rey, a veces visible para todos, a veces sólo visible para él. Está seguro de haber sido escuchado, eso es suficiente, ahora descansa, planea su devenir.

      El escenario está en un foso, Hamlet-muñeco, es desplazado por un amo y dos ayudantes con el rostro cubierto. Podrían ser tres sepultureros y entonces se oiría resonar la acusación: Fue un mal trovador, desatento al deber de Dinamarca, a su bandera, a los emblemas teñidos de himeneo y funeral. Pero el amo pretende separar al muñeco del personaje, al personaje de los ayudantes,
no quiere críticas sino aspiraciones. En su rostro, frecuentemente impasible, se observa cierta tensión; su rostro es claro aunque no transparente, hay algunas nubes, demasiados recuerdos navegan.
      El amo maneja la parte superior de Hamlet y el miembro derecho como si fuese Yorick. Tantas veces cargó al pequeño en brazos, esta noche una vez más. Pero no quiere eso, pretende avanzar, ir después de la infancia, de la juventud, después de hoy. Cuando el tiempo pasa y vuelve a pasar sin testigos ni presiones la mente improvisa, se vuelve pródiga, regala detalles ajenos, exhuma minúsculas secuencias roídas por la tentación del vacío. Brotan imágenes de viveza anormal, hechizantes, voluptuosas, paralelas. Ciclos y ciclos de generaciones dejan bullir apetitos familiares que convergen en un coro de rameras sonámbulas.
      Ofelia sobre una camilla maldice la ley de gravedad.
Laertes partió después de haberla desflorado, tiene su engendro en el útero, el feto sabe nadar y la acerca de espaldas hasta la orilla. Ofelia deberá fingir muerte sin despertar, su gesto es doble, la gente llora ante el suicidio de la muñeca.

      El sonido del shamisen adquiere una violencia inaudita, la piel que cubre la caja de madera lentamente se arquea como cuando el animal vivía, las cuerdas tañen heridas por el rasgueo del bachi. Hay sangre en la púa y al sangrar la tempestad encuentra nivel, el desborde se atempera sin llegar a una armonía, la contramarcha continúa cuando se dice lo que no se quiere decir.

      Hamlet está solo e intuye lo que se espera de él.
      Exprimir a un personaje tiene consecuencias, si los muertos resucitan no siguen siendo los mismos, adquirirán otros vicios. A él le gusta la idea de ser manipulado, conoce la ilusión de quien lo hace, la inutilidad del propósito, el riesgo que advendrá.
      El amo no es un purista, sólo intenta romper los estereotipos que se han ido creando sobre este joven infeliz. Hay que ser mediocre para citar siempre las mismas frases de Shakespeare, no es cualquier autor, se oye Sh y una avalancha de signos apresuran sentidos, la historia humillada afirma su pudor.

      Si el amo no estuviera advertido contra la espontaneidad apelaría a drogas y firuletes; el muñeco bajo delirio artificial: patos, cisnes, barcos, arroyos, espadas, tapices, veneno. Pero el Bunraku tiene sus códigos, ya lo han echado de varios teatros por ser supuestamente original. No hay última oportunidad aunque siempre sea última la vez que en escena los movimientos expresen fealdad,  belleza o capricho. Hamlet viene a duplicar la presencia del hombre, su sobreabundante posibilidad de compañía, eso dice el libreto. Dice también que un clown después de haber degollado al sol ofrece su cuello para desenredar sombras.