|  | Liliana Heer 
Textos
 <
 
 ©2003Liliana Heer
 | La Carta a RicardoPor Liliana Heer
 
 La carta a Ricardo  fue encontrada por un funcionario de Correos y Telecomunicaciones en la Sección  27 destinada a “Ausencia de remitente”. De este funcionario se conocen sus  facciones, perímetro y garbo, huellas digitales y una particular inclinación  por informarse sobre el contenido de la correspondencia. Esta palabra, incluso  exenta de contexto, lo inducía al éxtasis, a efecto del cual cometió torpezas  irreparables.
 Debido a que la  organización interna de la empresa carecía de cláusulas punitorias hacia los  delitos cometidos con la mirada, en consecuentes reuniones de directorio, se lo  fue desplazando de sección hasta encontrar aquella en la que su hábito, no  solamente no constituyera una excentricidad, sino lo consolidara como portador  de datos e informaciones correspondientes al rubro “Secreto”.
 Varios eran los  supuestos con respecto a las cartas sin remitente; en primer lugar, podían  corresponder a personas que por ignorancia acumulativa prescindieran de incluir  el detalle de su nombre y dirección; en segundo, se suponía que otras, ansiosas  por concluir el trámite, arrojaban sus escritos olvidándose de sí mismos por  sentirse internados en aquello que acababan de enviar; en el tercero entraban  los casos que requerían un verdadero control, origen de la oficina a la que nos  referimos. De acuerdo con el Código Civil, se trataba de gente cuya conducta  dolosa la hacía pasible de franca punilidad. Como en todos los terceros  tópicos, las disyuntivas eran varias. Este, a la vez contenía grados de  gravedad en la omisión, clasificados en temas tales como: amor, anónimos,  extorsiones, mensajes políticos, etc.
 Rubén hacía cuatro  años que, después de una rigurosa lectura, seleccionaba cada una de las cartas  del día y las enviaba en urnas numeradas, a todas  excepto a las referentes a temas eróticos. Estas permanecían en sacos de lona  marrón durante unos meses para luego ser conducidas al sótano, lugar a partir  del cual su destino se ignoraba.
 No es de  sorprendernos que nuestro héroe se sintiera el auténtico destinatario de este  subgrupo, ya que en sus manos estaba el deber de introducirlas en el saco, y  ese gesto lograba confundirlo con el fallido desencuentro.
 En los últimos  años, después de innumerables dudas, se había atrevido a apropiarse de algunas  cartas, en general de mujeres no amantes de reclamos, sino más bien generosas  en ofrecimientos y recuerdos de instantes de brillo con restos de nostalgia por  la clandestinidad que las obligaba a permanecer en el anonimato.
 La carta a Ricardo  lo turbó durante toda la mañana y le impidió clasificar lo que faltaba; por la  tarde, aún demorado, recibió observaciones de su jefe que se reiteraron en los  días siguientes, ocasionando su despido al cabo de un tiempo.
 Rubén desoía las  advertencias y guardando cada una de las palabras -de una sintaxis extraña- en  su memoria, en el bolsillo de su gabán y en su piel, murmuraba de continuo  giros de esa historia condensada en unas páginas; historia para él increíble  por constituir el paradigma del amor.
 De Ricardo podía inferir  su rostro demoníaco, el distanciamiento, su intermitente saber, el cuerpo  recortado en la superficie de quien lo amara y la certeza de serlo aún en  situaciones de suprema complejidad.
 Estas  características fueron penetrando en el funcionario y transformaron sus hábitos  en forma paulatina, empezó a firmar Ricardo y a responder por él ante cualquier  circunstancia.
 De ella sólo sabía  su nombre. La reconocía en sueños, entre bambalinas, al borde de un escenario  en el que resaltaba su voz.
 La versión en inglés  de este texto fue publicada en CELESTE  Goes Dancing and other stories, An Argentine Collection, 1989, editada por Norman  Thomas di Giovanni, Constable Londres. |