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       Liliana Heer 
      
      Contratapa 
 Fragmento en castellano 
Fragmento en portugués 
      Presentación 
 
      Reseñas 
      Verano rojo 
 
      Video 
       
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      ©2003 
  Liliana Heer 
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       Reseñas de Repetir la cacería 
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      Heer: Distancia crítica 
        Por Pablo Pérez 
        Página 12, Radar Libros 
Buenos Aires, 18 de mayo de 2003 
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        Repetir la cacería 
        Liliana Heer 
        Grupo Editor Latinoamericano 
        Buenos Aires, 2003 
        106 págs. 
  
      Durante el siglo veinte, muchos escritores  (James Joyce, Macedonio Fernández, Ricardo Piglia), no conformes con el simple  hecho de contar una historia, se aventuraron hacia una literatura que iba más  allá de la narración y cuyo objetivo parecía ser más bien hacer teoría,  proponer un arte poético, o simplemente romper esquemas. Este tipo de  literatura que reflexiona sobre sí misma parece destinada a una elite  literaria. Repetir la cacería narra y teoriza a la vez, y de esta manera  resulta un monstruo de dos (o tres, o cuatro, o cinco) cabezas, cruza de  nouvelle, prosa poética y –tomando las palabras de Luis Gusmán en la  contratapa– “petición de principios”, en la que encontramos por sobre todo una  reflexión acerca de qué es la literatura. 
“Cuando cumplí catorce años, mi madre  propuso que nos suicidáramos” es la prometedora primera frase de Repetir la  cacería. Madre e hija pactan saltar juntas desde el muelle. Es ésta la  línea argumental a partir de la cual las diferentes historias se articulan y se  van intercalando en fragmentos de menos de una página: “Fusionar, hacer converger,  lo propio y lo ajeno, ejecutar un tema descubierto por otros, introducir  personajes prestados, prolongar el giro del carrusel”, explica la narradora. De  esta manera, ordenadamente y a su turno, como los caballos de una calesita,  aparecen y reaparecen cada una de las diferentes historias: la relación de la  narradora con su madre, la trama de “el extranjero” Mersault, primero  enterrando a su madre, más adelante matando a un árabe; la historia (tal vez la  más floja de todas) de una actriz, “el alma de un conjunto de jazz”, que es la  protagonista de Bloyd, una novela que la narradora nos dice haber  escrito (podríamos inferir que la narradora es la propia Liliana Heer, que ganó  con esta novela el premio Boris Vian en 1984); una escena de la película Los  niños de Tokio de Ozu, etc. 
Volviendo a la trama principal, en la que  madre e hija nunca llegan a suicidarse, la narradora lleva una piel de ocelote  a un peletero amigo de su madre para que le confeccione un tapado. Cuando pasa  a retirarlo, el peletero abusa sexualmente de ella. Este resulta el momento más  terrible del libro, sobre todo por la ambigüedad ante la que nos encontramos,  por un lado la tensión que existe entre realidad y ficción, que parece ser una  de las preocupaciones de Liliana Heer, y por otro la duda sobre quién es  realmente la narradora en Repetir la cacería. 
      Las frases que se alternan con las diferentes  historias, y en las que la narradora expone sus ideas acerca del arte y el plan  y las conclusiones acerca de la obra que estamos leyendo, funcionan como un  manual de instrucciones para abordar correctamente el libro. Pero también  distancian al lector del mundo que éste nos presenta, y esto tal vez sea una  intención de la autora. Las historias se van sucediendo –la proposición de  suicidarse juntas que le hace la madre a la hija, el asesinato cometido por  Mersault, la violación de la que es víctima la narradora, etc.– pierden así  todo dramatismo y resultan inocuas.
      Página 12, Radar Libros 
        
        
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