Liliana Heer

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Liliana Heer

 

 

 

De profundis
Por Liliana Heer
Sobre la novela de Roberto Retamoso Las aguas cárdenas,
Editorial Homo Sapiens, 2015.
Texto leido durante la presentación de la novela en el Auditorio David Viņas,
Buenos Aires, jueves 30 de julio
de 2015

“En el teclado de cristal se hunden los fosos tramando el horror de un hondo                  silencio de camelias.”                                            Aldo Oliva

Sin detenerse, con la fuerza del río, una lupa en la memoria. Pensar, sentir las huellas. Volver atrás, en el tiempo, en el espacio, estar adentro, estar afuera, del país, de los otros. Estar fuera de la muerte. Entonces quién, entonces cómo. Sobrevivir. Intuición bajo entramado pasional. Justicia a la letra.

El narrador descoloniza las habituales formas de narrar, hacedor, también protagonista. La inmediatez de su presencia convierte al libro en pacto de lectura. No hay respiro. Creíamos saber, sin embargo…

Roberto Retamoso elige una compleja bisagra político poética ensayística ultra-genérica. Las aguas cárdenas. El dolor padecido en el país llama al territorio de lo inaccesible: tratar de entender a espaldas de seductoras tentaciones cobardes o cínicas. Convicciones, interrogantes, crónica diaria, citas, vacío, son las herramientas articuladas en su novela.

“Es la hora incierta en que la luz comienza a evanecer.”, apertura -aun en su opuesto-, en cadencia con el comienzo de Ferdydurke: “El martes me desperté a esa hora inanimada y nula en que la noche ya está por terminar…”. Pepe, en Gombrowicz, el mono Pepe, en Retamoso.

¿Ficción? ¿Realidad?

No es igual haber sido militante que miliciano. No es igual ningún destino hasta que se aglutinan los disparos. No es igual estar lejos del estallido a caminar por la avenida de una guerra. Pero sí, pueden llegar a parecerse los modos del mirar de quienes huyen del entendimiento y los que arriesgan.  
Un“fusilado que vive” incita a escribir.

En el lenguaje poético, se reconoce la orfandad de quienes buscan y descuben el poder textual que intensifica la relación palabra/referente, desbordándola. Entonces, la historia, esa “sucesión de enigmas infinitos”, vuelve a ser escaneada, leída en clave desprovista del común lugar del conformismo.

Las voces del protagonista, Fernando, el escritor, el teórico, el amante, el profesor, el exiliado, el hijo, el compañero, “el Indio”, ejercen un querer afirmativo, privilegio de lo invisible, siempre dispuesto a soportar las causas, abierto a la crítica, a la autocrítica. “Nos fuimos y dejamos a nuestros hermanos en el territorio. Expuestos a todas las atrocidades que sobrevendrían como consecuencia de lo que habíamos hecho…” Rilke seguramente diría: riesgo que a todo se anima, hasta donde las palabras puedan llevarnos.

La silueta de Pepe, del mono Pepe, ni soldado ni guerrero, sólo víctima.    El Poema sin héroe de Anna Ajmátova: “No, no estaba bajo un cielo extraño./ Ni bajo la protección de extrañas alas./ Estaba entonces con mi pueblo/ Allí donde mi pueblo, por desgracia estaba.” El anti-héroe en la novela de Retamos: “Era un personaje. Troskista, había estudiado en un seminario, y cuando pasaba frente a una iglesia seguía haciéndose la señal de la cruz. Leía de todo, le gustaban las chicas, pero como era tan horrible no le llevaban el apunte. A él eso no lo desanimaba, todo lo contrario. Cuanto más rebotaba más insistía. Vivía de la caza y de la pesca porque era un lumpen. Mejor dicho: lo mantenía el viejo, que era jubilado, y se dedicaba a manguear a los amigos cuando yiraba en los bares.”

Hay, en Las aguas cárdenas, un ir y venir de la trama que excede cualquier linealidad unida a los previsibles imaginarios del relato. Suspenso, tensión, angustia, don. Un ir y venir por la literatura en lúcido homenaje a escritores, ensayistas, poetas. El intenso legado de Nicolás Rosa, su “estructuralismo peronizado” crece una y otra vez en estas páginas. “La idea de recuperar Tel Quel para el pensamiento nacional en lugar de rechazarlo”. Contra  el chauvinismo y las posturas empobrecedoras. Contra las reaccionarias modulaciones postmodernas del fin, el narrador de esta novela -que incluye el ´Diario de una derrota´- , hábil en la dosificación del saber y sus formas a través de pausas, cambios de tono y oportunos desvíos, transmite la posibilidad de “construir una teoría inscripta en los proyectos emancipatorios de Argentina y Latinoamérica”.

Frente al r ío Paraná, ese río sin orillas, el crepitar de los leños arden una noche que deviene emocional y temporalmente tormentosa. Saer escribió: “El ¨asado¨, es no únicamente el alimento de base de los argentinos, sino el núcleo de su mitología, e incluso de su mística. Un asado no es únicamente la carne que se come, sino también el lugar donde se la come, la ocasión, la ceremonia. Además de ser un rito de evocación del pasado, es una promesa de reencuentro y de comunión.” O desencanto y renuncia parece decir Fernando, quien reflexiona acerca de las contradicciones, la desmemoria, el acomodo a través de los años de sus viejos amigos de militancia. “Mutación en sintonía con el espíritu de la época”.  

Recuerdo otro asado, esta vez porteño. En Besar a la muerta, de Horacio González, hay un asado nocturno en el patio de una iglesia, pleno de diálogos y ocurrentes alusiones a las carnes. Un escenario donde la memoria política apunta a dilucidar las secuencias elididas, los olvidos, las internas, los intentos salvadores presentes en nuestro drama nacional.

Hacia el final de Las aguas cárdenas, volvemos a leer: “Es la hora incierta en que la luz comienza a evanecer”. Repetición que encuentra un cause diferente, un decir más allá de lo decible ungido por el deseo que en la escritura conduce a poblar con imágenes aquello que se invoca. A la narración rigurosa y veraz, se suma la necesitad de apelar a la metáfora central del discurso poético incorporando a la memoria del amigo un amoroso devenir.

La silueta de Pepe extraído del fuego, de las sombras, de la nada, de las cifras al boleo. Pepe paradigma, convocado en su vivir dándole a su muerte otra vibración, desvanecido el cuerpo, pulverizado allí donde navegan despaciosamente los barcos, al compás del río, siendo río.