Liliana Heer

Ficción crítica

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©2003
Liliana Heer

Letras cubanas
Superposición de imágenes, palabras, rostros
y presagios en cinta sinfín
Por Liliana Heer



“¿Qué hijos darían que siguiesen conversando cuando sopla la lluvia?”, escribe Lezama Lima, y Abel Prieto en El vuelo del gato continúa ese poema en el epígrafe: “El gato copulando con la marta no pare un gato de piel shakesperiana y estrellada, ni una marta de ojos fosforescentes. Engendran el gato volante”.


La Habana:

Porosidad sinfónica, mixtura. Conversación intensa, infinita, incesante.
“Haber nacido en tierra donde no ocurre la nieve/ otorga a sus habitantes la tersura/ dorada de la piel y de la lluvia/ en el cabello, rizado o lacio, y una melancolía/ indiscreta no oculta totalmente por la alegría jadeante/ o la broma falseada de exagerada nota” -César López.
“Mi ciudad es una masa caliente con exceso de tejido (sobreabundancia de ser), acuosa prieta, útero que se ensancha y llueve algunas veces agua, otras sangre” -Reina María Rodríguez.
“Las aguas y los aires que reúnen las islas/ convocan nuestros pasos a seguirles./ Ya hemos recorrido otras distancias/ que trazan las palabras./ Acojamos sus signos,/ respuesta a la memoria compartida.” -Pablo Armando Fernández.
“Amo los afanes del día y las tabernas/ y la guitarra en el atardecer./ Amo una isla atravesada en la garganta de Goliat/ como una palma en el centro del Golfo./ Amo a David./ Amo la libertad que es una siempreviva”. Nancy Morejón.


Efecto lectura:

En El vuelo del gato, Abel Prieto no necesita hacer las piruetas que hicieron los narradores del boom tardío para sobrevivir al mercado -muchas veces cometiendo la traición de la frivolidad-, persiste en un travelling con los matices fellinescos, epifánicos de Ocho y medio. Barroco y desmesura. Presentifica los años setenta y en el anteúltimo capítulo del libro -acaso como una forma de rendir homenaje al grandioso anteúltimo capítulo de Ulises- el narrador construye un “friso-resumen” donde figura lo que estuvo, lo cambiado y lo cambiante. Construye un friso no de yeso ni de estuco ni de barro, un friso de mármol. Siempre en el registro del pliegue ubica a los personajes de la época, aquellos que forman parte del libro y los perfiles de personajes célebres en monedas al estilo romano: Lennon, Capablanca, Larsen, Wagner, Fischer.

Y si de atravesar el tiempo de la historia se tratara, Laidi Fernández de Juan, en Nadie es profeta recorre tres generaciones. Pormenores y mayores del adentro y el afuera en distintos períodos, con lucidez y sin enjuiciamiento. Narra el devenir de los que se fueron y los que se quedaron con la inmediatez de la segunda persona y los primerísimos primeros planos del cine afección. 

Pedro de Jesús, “escritor orgullosamente provinciano”, en La sobrevida hace experimentar al lector el plus de las líneas de carne en contrapunto al abanico verbal. El arte del relato expuesto irónicamente en “El cuento menos apropiado” despliega secretos de estilo, un vaivén espejado del arte amatorio, entre ir al grano y devaneos. “Lo que le produce auténtico placer en un viaje no es su término sino el viaje mismo”, argumenta Rey.

Jorge Fornet concluye el ensayo Los nuevos paradigmas, prólogo narrativo del siglo XXI recurriendo a una frase de Severo Sarduy: “hombres y leopardos que los últimos años del siglo XII no hicieron caso del tiempo en el que les tocó vivir”. Homologa a los nuevos narradores cubanos con aquellos hombres y leopardos en el sentido de que “sus relatos y elisiones son su elocuente manera de entender una época y su forma de anunciar los caminos por venir”.


Del decir:

Semiótica perceptiva. Giros sintácticos, dobleces para arribar al objeto en un tiempo que multiplica lo real, perífrasis que conduce a pensamientos sorprendentes, inesperados. Primado barroco, esa forma de hablar singularísima, nunca se sabe lo que va a decir el otro. La Habana convoca a todos los que están, no hay diferencias extremas entre público y privado -historia penitenciaria del alma burguesa.
La instancia de encontrarse con lo inesperado es permanente. Muy cerca de Centro Habana hay una zona semejante al barrio Versalles -Buenos Aires-, callecitas breves de pasajes y diagonales, un Versalles con mezcla de San Telmo. Centro Habana es el hígado de la ciudad, se siente el latido pulsional desprovisto de cosmético.


Un desvío:

Acerca del libro obsequio editado por la Biblioteca Nacional de la República Argentina con prólogo de Horacio González: Mi experiencia Cubana, Imágenes de Fidel Castro, Lectura lenta de cuatro instantáneas, de Martínez Estrada.
Al volver de una de las tantas idas a La Fortaleza, le describí a un taxista la primera imagen del pequeño libro, Fidel y el cuadro de Martí en la pared de una comisaría después del ataque al Moncada. El taxista la recordaba muy bien, “Es una foto tan cercana como las de mi propia familia”. Hizo un análisis equivalente al de Martínez Estrada: “¿Cómo no van a estar juntos dos revolucionarios?”
El poder vincular sin artificios las marcas del tiempo, esa manera de permanecer en lo que se piensa, de insistir, de resistir por insistencia, cada uno en todo momento.


Frente a la Plaza Vieja:

La Cámara Oscura, un invento de Leonardo Da Vinci. Sólo hay cinco en el mundo, pero una sola isla sin las marcas de la deformación del progreso. En una pantalla cóncava de trescientos sesenta grados es posible ver La Habana en presente, la ciudad entera en movimiento, el oleaje marino, las nubes, los pájaros, los edificios, la ropa tendida, los autos, la gente.


Inolvidable:

Sala Hubert de Blanck: Jesusa Rodríguez y Liliana Felipe en la obra Maíz.
“Será, por la perversa circunstancia del agua por todas partes, será/ que las potencias celestiales o terrestres/ o las presencias tan humanas y silvestres/ que nos amparen estas tierras insulares a los pobres continentes.”


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