Liliana Heer

Diálogos

<


©2003
Liliana Heer

Escena en Vivo
Diálogo con Verónica Piaggio
Por Liliana Heer Suplemento Cultural
Diario La Capital- Cultura
Mar del Plata, 16 de octubre de 2005




Atrapar la consciencia, cazarla al vuelo, penetrar en numerosas vidas, intervenirlas, traicionarlas para seducir espectadores clarividentes es la función del actor. No representar, decía Camus, es morir cien veces con todos los seres que el actor habría animado o revivido.
Verónica Piaggio, protagonista de La Madonnita -la obra más premiada de los últimos años, elegida para participar en el V Festival Internacional de Buenos Aires- hoy nos cuenta su devenir actriz en la Argentina. El complejo desafío de perderse para encontrar el presente del personaje.


L.H.) -Te vi, y no juntabas margaritas del mantel..., parodiando un clásico de Fito Paez. Insisto, te vi actuar en numerosas obras, siempre con una fuerza inconfundible, encarnás a cada personaje desde un ángulo nuevo. Tu presencia es el sol del espectáculo, tenés una luminosidad única. Supongo que pasaste por distintos momentos hasta llegar aquí. Contanos cuáles fueron los inicios.

V.P.) -Hago teatro desde mi adolescencia, estudié en la Escuela Municipal de Arte Dramático. Mientras hacía la carrera actuaba en espectáculos Off. Por ejemplo, Con Mujeres de carne podrida, estrenada en Capital Federal hice también temporada en el Teatro Auditorium de Mar del Plata -Espacio Nave. Fue un éxito total, ganamos varias estrellas de mar, una sorpresa para la prensa que eludía hacernos la crítica porque los desconcertábamos por inclasificables. Luego, actué en Pornografía emocional en Capital Federal. Había tanta gente afuera como viendo la obra, un reviente de taquilla, puro rock and roll. Después conocí El Teatro del Pueblo.

L.H.) -Se comenta en bambalinas que viéndote actuar en Depiesymanos, Roberto Villanueva le dijo a su asistente: “Quiero a la Piaggio”. Y terminó dirigiéndote en Variaciones Goldberg.

V.P.) -Más bien empezó, también actué en La Muerte de Danton.

L.H.) -¿Cómo es trabajar con Villanueva?

V.P.) -Cada vez que trabajo con él tengo la certeza de estar haciendo un Master en actuación. Es un director de orquesta y nosotros -los actores- somos los instrumentos. Nos afina at limitum, trabaja el texto teatral como una gran partitura, dirige como si hiciera música marcándonos el ritmo, los sentimientos quedan desplazados, logra sublimar el sentido. Villanueva persigue limpiar las muletillas porque su apuesta no es la emoción sino la inteligencia. No sólo es un músico, dirige como si pintara, arma cuadros, el actor es un color dentro de su diseño.

L.H.) -Me hace pensar en Nietzsche  cuando afirma que los sentimientos son los abuelos de los pensamientos.

V.P.) -Es tal cual para el actor, porque la idea es que se emocione el público. El actor emocionado cuenta una intimidad, no atraviesa el alma del personaje.

L.H.) -¿Cómo se logra el atravesamiento?

V.P.) -Lo que más me interesa a mí del trabajo del actor es la repetición. Es extremadamente difícil repetir sin ensuciar. El ser humano es un vicio caminando. Se cree que en la actuación hay que llorar porque llorar es lo mejor. El actor tiene que despojarse y al mismo tiempo ser persona. Esa es la gran contradicción, también algo supremo: despojarse del yo.

L.H.) -Hay al menos dos lógicas del drama con sus innumerables matices. La primera contribuye al vicio, fomenta la identificación, genera catarsis. La segunda, crea distanciamiento.

V.P.) - Si una obra es buena conmueve hasta las lágrimas, sería la línea de Aristóteles: para él la finalidad del drama era provocar terror y piedad, purgar los afectos.

L.H.) -En el extremo opuesto, Brecht dispone en el escenario a la protagonista provista de pañuelos diciendo: ¡Van a llorar y todo! ¡Qué no daríamos por saber el final!

V.P.) -En tal caso si emociona al público, el objetivo está logrado, pero el  actor no debe probar de su propia crema. Ahí está lo difícil de repetir.

L.H.) -El karma de ser goloso actuando ...Yo vi varias veces La Muerte de Danton y noté una enorme diferencia en tu monólogo de Julie de una función a otra. ¿Cómo hacés posible el repetir sin repetirte?

V.P.) -Hay que ir por el mismo camino pero no de la misma manera sino como se está cada día, como uno está hoy. El aquí y ahora es fundamental para el actor, de lo contrario está fingiendo. No hay que fingir, hay que mentir de verdad como los chicos cuando juegan, se la creen. Es el rey y es el rey, tiene la corona y se acabó.

L.H.) -“Aquí y ahora” es un real del psicoanálisis, de la clínica psicoanalítica. Todo ocurre en transferencia, en esos instantes de la sesión en los que el sujeto está abierto al equívoco de la lengua: se dice siempre más de lo que se dice y se dice “todo” ahí, ante quien se lo dice: el psicoanalista. Desde otro lugar, también Camus en El mito de Sísifo escribió algo muy similar a lo que vos estás diciendo: “El arte del actor consiste en fingir absolutamente, en penetrar lo más posible en vidas que no son las suyas. Va a morir dentro de tres horas con el rostro que tiene hoy. Es necesario que en tres horas experimente y exprese todo un destino. Eso se llama perderse para volverse a encontrar”.

V.P.) -No es hacer como que, es hacer. Camus en esa frase habla del aquí y ahora. Se va la vida en esto. El actor es muchas personas. Yo me pregunto ¿Quién soy? Por eso creo que es fundamental psicoanalizarse porque es importante estar limpio del yo y de los otros yoes. Admiro profundamente a los artistas que se recluyen para desintoxicarse de ellos mismos.

L.H.) -¿Cómo hace una actriz para participar en acontecimientos culturales de repercusión masiva y crecer profesionalmente? No es habitual que alguien se destaque como un meteoro iluminando el escenario de todas las obras en las que figura. Por ejemplo, en el 2004, recuerdo haberte visto en La Madonnita, Las de Barranco y Pampa. Simultáneamente eras protagonista en las tres obras.
 
V.P.) -Sí, fue un año agotador. Hacía tres obras a la vez. Mi padre me dijo: “Estás para el libro de Guinnes”. De miércoles a domingo en el Cervantes hacía Manuela en Las de Barranco -dirigida por el gran Barney Finn- la hija menor, hiperactiva que actuaba en toda la obra. Final, apagón. Los viernes, después de los aplausos corría al camarín donde me sacaba el vestuario de Manuela y me vendaba el pecho para hacer de hombre. Me esperaba un taxi en la puerta del teatro y mientras me llevaba a El Kafka para actuar en Pampa, me iba pegando los bigotes, poniendo la peluca y vistiéndome de Piriápolis, el ventrílocuo de la obra. Recuerdo la cara de los tacheros viendo mi transformación. Los sábados y domingos, corría al camarín para llegar al Portón de Sánchez para ser La Madonnita. Tres espectáculos a sala llena. Apenas si dormía pero era muy feliz.

L.H.) -¿Y qué soñabas?

V.P.) -No eran sueños, tenía pesadillas, estaba en la función de La Madonnita y de pronto en lugar de actuar muda como corresponde a Filomena, hablaba como Piriápolis. O, por ejemplo, estaba parada en el escenario de la sala María Guerrero en el Cervantes y veía a La Mama -Alicia Berdaxzagar- que teminaba su parlamento y se quedaba horas mirándome porque yo no le respondía, Manuela era muda como La Madonnita.

L.H.) -La mayoría de los actores sueña que se olvida la letra...

V.P.) -A mí jamás me pasó eso, siempre se mezclan los personajes en mis sueños quizá es por hacer varios trabajos simultáneos.

L.H.) -Apelando a tu talento de espectadora, me gustaría saber qué obras recomendás del último festival.

V.P. ) -En Argentina, la producción teatral se renueva constantemente y crea espacios de gran potencia escénica. Yo recomiendo ver De mal en peor de Ricardo Bartis, El sabor de la derrota de Sergio Boris, La estupidez de Rafael Spregelburd, Rancho de Julio Chávez y Nunca estuviste tan adorable de Javier Daulte.


---