Liliana Heer

Diálogos

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Liliana Heer

Diálogo con la autora de Ángeles de vidrio
Por Jorge Dubatti
El Cronista, Buenos Aires
29 de julio de 1999



La autora de Ángeles de vidrio (Norma) reflexiona en esta nota sobre las constantes de su literatura, los secretos de su última novela y el legado de James Joyce.


-¿Cuál fue el punto de partida de la escritura de Ángeles de vidrio?

-En enero de 1991, durante la Guerra del Golfo, me desperté una noche y escribí en un sticker: "Ella no va a contar la historia de un loco. Vivió tantos años con él que poco le agregaría. No va a contar la historia pero empieza a hacerlo. Empieza por el final". Poco tiempo después, estando en Washington, mientras leía Glosa de Saer, me encontré con esa frase. Tenía el tono y el comienzo de un relato, en cierto sentido lo más difícil de capturar, pero al mismo tiempo no contaba más que con una paradoja, doble insistencia en una  negación unida a su ruptura, y la propuesta de inversión temporal: "Empieza por el final". La capacidad de observación de un extranjero suele ser privilegiada. En aquellos días recuerdo haber presenciado manifestaciones contra la guerra, matizadas de situaciones equívocas. Frente al semicírculo oscuro y brillante del Mall, vi a ciudadanos leyendo las listas de caídos en Vietnam mientras a pocos metros algunos actores con mascarones de Bush y la bandera estrellada, subidos a zancos, satisfacían la tentación del público de ser fotografiados junto a la figura magnificada del presidente. El contrapunto entre la "locura política" y el loco de mi frase fue tomando forma. Violencia, arbitrariedad, abuso de poder, desamparo, secuencias actorales. Lo paradójico vertido en conjugaciones múltiples. Eso supe que narraría, la temporalidad y sus incrustaciones. Tercera persona con punto de vista en una primera femenina que inmediatamente se llamó Leonor. Resonaba en mi memoria The Raven (El cuervo) de Edgar Allan Poe.

-¿Toda su obra es el desarrollo de un mismo proyecto, ligado a la investigación en y desde el lenguaje literario?

-En cierto sentido es así como usted lo enuncia, es decir, esa es mi búsqueda, volver lenguaje todo lo sensible. Una suerte de boa que convierte cualquier estímulo en texto y extrae materia de otras artes, ciencias, mitologías. Es un proyecto que en gran medida me excede porque estoy situada en una posición "éxtima". Mientras escribo estoy adentro y afuera. Sólo a posteriori, al concluir una novela, entiendo la necesidad que tuve de hacer ciertos recorridos. Algunas veces, hasta lo excluido termina adquiriendo valor tonal en su ausencia.

-¿Qué componentes, modelos, referencias, universos de representación y sentido definen esa búsqueda?

-Hoy podría decir que, en Frescos de amor, las ciencias naturales fueron la excusa para narrar esa tendencia a la simbiosis que suelen adquirir los vínculos humanos.
Acorde a ese propósito elegí el género epistolar para exponer la telaraña de los sentimientos. Mi intención era reproducir la inmediatez que se experimenta al leer una carta, forzar un lugar de encuentro con el destinatario. Construí esa atmósfera mediante el uso de performativos y otra serie de técnicas de acercamiento. Jugaba con imágenes que en el cine generan identificación hacia los actores, por ejemplo, primeros planos, recurrencia de planos, detalles crispados de significación. En Ángeles de vidrio hice todo lo contrario, aunque el tópico locura aparezca desde el inicio, el relato está exento de dramatismo. Es un estallido de mitos familiares, aparecen los mitos quebrados como el espejo del bar que Iván rompe tirando una botella de whisky y ocasionando el despido de Leonor, la camarera. Escribí Ángeles... a través del ojo de una cámara, la narración responde a esa lógica, impera el tiempo presente aun cuando se jueguen diferentes pasados y futuros. Digo que responde a la lógica cinematográfica porque el protagonista de esta novela es el montaje. El cine de autor me proporcionó, gracias a las variadas técnicas de montaje y el uso de falsas continuidades, una forma de estructurar diáfana y sólida, acorde a la coexistencia de lo incompatible. Cuando estalla la cápsula verdad-mentira, es posible expandir el universo ficcional. Fue importante en ese recorrido escoger un lenguaje preciso y directo con alianzas y desenlaces no convencionales, algo de humor negro y pinceladas satíricas.

-¿Cómo se vinculan sus diferentes libros publicados con las etapas de su producción?

-En Bloyd y La tercera mitad el desafío era el lenguaje. Tenía la pretensión de doblegar sus ángulos vulnerables, apropiarme de las encrucijadas, aniquilar facilismos y lugares comunes, husmear en la superficie de la letra, ver y conquistar el brillo, la opacidad, sus leyes. Después, la aventura fue otra. El lenguaje al servicio de la escena, la secuencia, el devenir de los hechos, la narración. La aventura de un matemático exaltado que prueba el sonido de sus fórmulas en la pantalla. Actualmente estoy introduciendo una instancia que antes trabajaba en forma elíptica: datos puntuales sobre momentos de la realidad argentina y los efectos en diferentes sectores so­ciales. Ya en Verano rojo tuve necesidad de quebrar los espacios indeterminados en los que mis personajes solían moverse y situarlos en este país. En la novela que estoy escribiendo, la dimensión nacional predomina. Es un ir y venir entre el universo urbano y el rural. Está inscripta en un contexto en el que la realidad política forma parte del aliento de los personajes.

-Usted es una gran conocedora de la obra de James Joyce. ¿Qué vínculos encuentra entre su escritura y la del autor de Ulysses?

-Sin duda, la idea de buscar equivalencias con Joyce es una pregunta que abre espacio a la vanidad. Realmente es uno de los escritores que más me interesan, algo de esto se traduce en Giacomo: El texto secreto de Joyce, libro que escribí en coautoría con J. C. Martini Real. Voy a referirme a libertades que la lectura de Joyce me fue proporcionando. La interlocución permanente entre el narrador y los protagonistas, esa concepción de hervidero parlante convierte el acto de escribir en una aventura opuesta al mito decadente de la inspiración. El remachado temático es otra de sus técnicas preferidas que transito, se emparenta con el concepto de repetición del objetivismo francés pero está al servicio del fluir de la historia y no del estatismo de la escena. También, en escala menor, la variación de estilos, ritmos e idiomas; pero creo que la mayor influencia es un rasgo de curiosidad puesto al servicio de la proliferación tanto como de la corrección al infinito.


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