Liliana Heer

Contratapa
Fragmento
Premio Boris Vian 1984
Presentación
Reseñas

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©2003
Liliana Heer

Presentación de Bloyd
Librería Española
Buenos Aires, 1984

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Por Liliana Heer

La idea fue crear un protagonista -dado a retiro por él mismo- que inventa un viaje, es homenajeado por amigos y amadas, pero no parte. En cierta forma un Wakefield inverso. Alguien situado en el hastío, saturado de las combinatorias mundanas, dedicará el resto de su tiempo a rescatar fragmentos, apuntes, manuscritos, se convertirá en un buscador de lo amorfo. Así es como descubre la frase que escribió un descendiente de sangrientos puritanos en el año 1836: “Un animal es admitido en el cuerpo de un hombre y alimentado en él, desde los quince a los treinta y cinco años, atormentándolo horriblemente”.

El personaje poseído será Bloyd, un joven que pasa su primera noche de amor en un burdel y después de haber sufrido esa entrega observa un pequeño temblor acompañado de secreciones viscosas en su cuerpo. Durante la noche se lamenta, escucha sus propios quejidos y el legado de la mujer que lo invita a evitar los tormentos mediante la suspensión premeditada del pasado: “Hay que vencer la esclavitud de los recuerdos, hay que vencer la esclavitud de imaginar siempre el mismo rostro, los mismos ojos, los mismos senos, los mismos dientes, el mismo sexo. El sexo no es una traba invencible. Creemos tener un sexo permanente. Recuerda que si el lago no es semicircular no se recogen algas. Recuerda que el día anterior a la muerte un dios soñó su cara pintada de mujer y mandó a enterrar vivos a todos los hombres”. Por la mañana Bloyd despierta con el recuerdo de las supuraciones y las manchas; de la mujer no hay más rastro que una robe de chambre violeta. Bloyd la buscará siempre. Se muda al burdel, ocupa la habitación de la primera noche, interviene en la defensa de los lenocinios, diseña gráficos que ilustran el recorrido de la voz hasta llegar a la glándula pineal. Su teoría: la voz estimula la secreción de esperma, anula -por inferior densidad- la supervivencia de los genes y por ende incrementa el goce. Bloyd, participa también en el proyecto de trasladar el burdel -con sus pupilas y moradores- a otro país. Un estrecho lazo lo une a dos mujeres: Sonia y Madame. “Todos los amaneceres-así empieza la novela- con el pretexto de exorcizar a las pupilas, Bloyd desliza por unos instantes sus manos debajo de las sábanas intentando incorporar sus palabras a los sueños. ¿Quién dudaría jamás de la pureza de esta bendición?” Él cuenta diferentes historias, Sonia se pregunta si corresponden a una confesión o pertenecen a una novela. Ella parece apropiarse de una frase de Pound: “Una novela, una maquiavélica mentira”.

Hoy, frente a ustedes que desconocen el texto, se me ocurren dos posibilidades de acceso. Una corresponde a la introducción de los personajes, la otra a los referentes del título. Pienso a veces que lo último es lo que sigue, entonces vendrán las series que cruzan el escenario de esta novela y su delineamiento. Hay un crimen, una obra de teatro, un informe sobre el origen de la prostitución y otros sobre la seducción y sus estilos. Hay varios relatos acerca de la iniciación en el arte del hetairismo, dos monólogos, y algunas historias de cortesanas famosas o mujeres que por sus vicios fueron mitos forjadores del canto a la pasión y al erotismo.

Al escribir esta novela pensé en muchas otras, en Avalovara de Osman Lins, un texto que cien bocas pronuncian, cada boca profiere tres palabras, cuatro, dos, una; cada boca ignora las palabras que emiten otras bocas. Pensé en la historia de Rasputín y la crónica que Apollinaire construye sobre el marqués de Sade, también en la ilusión de combinar Emma Bovary con Bouvard et Pecuchet, combinación que culminaría en la escritura triangular de un diccionario.

Pero volvamos al burdel, su entrada es amplia, a cielo descubierto. En una de sus paredes hay un cuadro con siete perros que Bloyd oye al retirarse la primera mañana. “Siete veces el mundo se repitió en ese ritmo”. La entrada conduce a un salón circular a cuya izquierda asoma una escalera de satén.
El burdel concilia dos intereses, uno histórico y otro mundano. “Sabemos” -como diría Bellow al finalizar El Planeta de Mister Sammler-, sabemos que el origen de la prostitución es sagrado, que los antiguos pontífices intervenían activamente en la fundación de casas de lenocinio reglamentando el oficio: tarifas, lavajes, barrios y demás anexos eran redactados por el propio Papa quien establecía la obligación de legar la mitad de los bienes al convento de las vírgenes penitentes.

En La Ciudad del Sol, en La República, en La Nueva Atlántida, al tematizar la sexualidad y sus intercambios, las utopías se subjetivizan e impera la lógica del reparto del botín. Yo concebí un universo centrado en el erotismo donde los cuerpos fuesen sostén del lenguaje, testigos capaces de enunciar su poder. Un universo reflexivo basado en la conquista y la apropiación, fuera del respeto y la continencia. Un universo donde Ícaro busca la libertad sin correr riesgo de morir al acercarse al sol.
En la película 1789 -en la primera secuencia-, Adrianne Mushkinne ilumina con una linterna las escenas que prologan la revolución. Bloyd sigue esa línea, circular, insinuar, descubrir, no completar, repetir innumerables veces lo mismo desde diferentes ángulos.

El resto es ironía, una larga espera de la muerte.

Lectura de algunos fragmentos de la novela por Sara Vinocur


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